Que aquí se cuenta de la odisea de los altermundistas en la tercera cumbre en Guadalajara city lights.
Para los guardianes del orden (los perros rabiosos), nuestros gobernantes y para el Píncipe Cuacuatzin (todos, nosotros).
Los tenían como perros rabiosos,
castrados y embodegados,
con el cuerpo sucio
y una conmoción de estanque
a punto de desbordarse.
Golpeaban sus hocicos cada quince minutos
y cada 30
los dejaban mirar una ventana demasiado alta,
donde un pájaro se detenía
y comía un gusano verde.
Ustedes sólo escuchaban su aletear.
Afuera, nosotros, todos
jóvenes lobos de río
desnudos bajo el sol
o calientes y nocturnos con chicas estupendas
nos demudábamos veloces
como si el espacio fuese interminable.
¡Todo estaba en su lugar?: sí,
las jaurías contenían sus aguas
con falsos escudos
y golpes débiles.
Y sucedió:
un cristal de espanto roto
fue la señal, la campana, el silbido
se aulló en silencio
se quebraron los oídos.
Ustedes, lobos feroces
salieron oliendo a carne podrida
antropófagos de espacio
eunucos de los ojos.
Salieron, para que nosotros entráramos.
Con la idea de destrozar el contrato
de masticar la hipoteca de vida
se desbordaron.
Uniformados como una laguna muerta
con los ojos tristes
y las quijadas fuertes como hocicos
-trashumantes perdidos-
se dieron cuenta
que destrozaban algo hermoso
y golpearon más fuertes
a mujeres y hombres
contra las banquetas.
Hemos perdido
ustedes, todos, pasean
con una medalla de acero
que alguien sujeta.
Perros rabiosos,
castrados
su uniforme azul
no es del color del cielo.